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5. Sol del oeste


Siento la tensión en el ambiente y, si no fuera porque está a pocos metros, saldría corriendo hacia otro lugar. Es a mí a quien observa el oscuro ser y camina lentamente en mi dirección.
Ahora que estoy frente a él, también puedo examinarlo mejor: la oscura sombra tiene forma humana, es alta y musculosa; sus enormes manos tienen largas y afiladas garras. Además de sus profundos ojos, no puedo distinguir si tiene más facciones.
¡Corre! Ordena la voz cerca de mi oído. ¡Huye!
Quiero obedecer y correr tan lejos como pueda pero tengo la obligación de salvar a esa mujer.
El monstruo se aproxima un poco más y comienzo a marearme. Mi cuerpo tiembla incontrolablemente cuando él no aparta los ojos de mi rostro. Tengo la sensación de que los dos podemos ver lo que el otro está pensando: él se siente sorprendido al verme nuevamente.
Cuando una risa de satisfacción y un grito de dolor rompen el silencio, el oscuro espectro se detiene por un momento. No deja de mirarme. Imagino a la mujer siendo torturada y la criatura recorre los escasos metros que nos separan. Con un solo golpe me aparta del camino. Me arroja tan lejos que salgo disparada y me estrello contra el asfalto. Cuando trato de levantarme, noto que el monstruo me ha rasguñado en el hombro, pero la herida no sangra. Levanto la vista hacia la calle y el oscuro ser ya no está.  
De pronto, empiezo a escuchar varios gritos de terror y algunos disparos. Me levanto torpemente y decido ir hacia ellos.
¡Aléjate! Me pide la voz.
—¡Quiero saber…!—intento responder mientras voy corriendo y pienso en la mujer que debo rescatar.
¡Ese monstruo se la comerá! Grita enfadada la voz: ¡No es asunto tuyo!
En cuanto llego al lugar, observo lo que ocurre y, para no perderme ningún detalle, me oculto entre las sombras.
El sol del oeste brilla sobre el escenario y reconozco la grúa. Hay una muchacha que cuelga de cabeza sobre el gancho. Puedo ver su desnuda y arañada espalda que no deja de sangrar. Dos hombres, una mujer y un niño gritan horrorizados cuando la negra sombra le arranca la cabeza a un cuerpo casi desmembrado.  
—¡Por favor! ¡Bájenme! —suplica la chica pero es ignorada por sus verdugos que contemplan el suceso.
El espectro, para terminar con lo que queda del hombre, corta el cuerpo en pedazos y los arroja al azar. Algunos de los miembros mutilados fueron a estrellarse contra mis pies. Los trozos de carne —manos, pies, rodillas, huesos y vísceras— me producen tanto asco que trato de contener las ganas de vomitar, pero es inútil. Aunque mi estómago está vacío, no puedo evitarlo.
Una vez que el monstruo termina con el primero, pone su atención en los humanos restantes que intentan huir. Uno de ellos —el tipo del látigo— se dispone a defenderse pero el espectro se abalanza sobre él. Al tenerlo sometido contra el suelo, le arranca brazos y piernas como si el hombre estuviera hecho de plastilina. Todos escuchamos los gritos de dolor y la oscura criatura se detiene a contemplar su obra. Parece que no encuentra algo inusual y procede a arañarle la espalda con las filosas garras. Los cortes son tan profundos que hay mucha sangre a su alrededor. El monstruo le arranca el corazón para hacerlo callar. Sostiene el órgano entre sus poderosas manos y se lo lleva a la boca para tragarlo. Una vez finalizado el banquete, termina destazando al cadáver y lo arroja en distintas direcciones.
La mujer, el niño y el hombre corren hacia un mismo lugar para alejarse. El monstruo los alcanza fácilmente y toma entre sus garras al niño. Ninguno de los adultos vuelve para rescatarlo. No puedo evitar escuchar los agudos y potentes gritos del pequeño y, sabiendo cuál será su destino, desvío mi atención hacia la muchacha que continúa colgada sobre la grúa: ella está inconsciente.

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