Siento la tensión
en el ambiente y, si no fuera porque está a pocos metros, saldría corriendo
hacia otro lugar. Es a mí a quien observa el oscuro ser y camina lentamente en
mi dirección.
Ahora que estoy frente a él, también puedo examinarlo mejor: la oscura
sombra tiene forma humana, es alta y musculosa; sus enormes manos tienen largas
y afiladas garras. Además de sus profundos ojos, no puedo distinguir si tiene
más facciones.
¡Corre! Ordena la voz cerca de mi oído. ¡Huye!
Quiero obedecer y correr tan lejos como pueda pero tengo la obligación de
salvar a esa mujer.
El monstruo se aproxima un poco más y comienzo a marearme. Mi cuerpo
tiembla incontrolablemente cuando él no aparta los ojos de mi rostro. Tengo la
sensación de que los dos podemos ver lo que el otro está pensando: él se siente
sorprendido al verme nuevamente.
Cuando una risa de satisfacción y un grito de dolor rompen el silencio,
el oscuro espectro se detiene por un momento. No deja de mirarme. Imagino a la
mujer siendo torturada y la criatura recorre los escasos metros que nos
separan. Con un solo golpe me aparta del camino. Me arroja tan lejos que salgo
disparada y me estrello contra el asfalto. Cuando trato de levantarme, noto que
el monstruo me ha rasguñado en el hombro, pero la herida no sangra. Levanto la
vista hacia la calle y el oscuro ser ya no está.
De pronto, empiezo a escuchar varios gritos de terror y algunos disparos.
Me levanto torpemente y decido ir hacia ellos.
¡Aléjate! Me pide la voz.
—¡Quiero saber…!—intento responder mientras voy corriendo y pienso en la
mujer que debo rescatar.
¡Ese monstruo se la comerá! Grita enfadada la voz: ¡No
es asunto tuyo!
En cuanto llego al lugar, observo lo que ocurre y, para no perderme
ningún detalle, me oculto entre las sombras.
El sol del oeste brilla sobre el escenario y reconozco la grúa. Hay una
muchacha que cuelga de cabeza sobre el gancho. Puedo ver su desnuda y arañada
espalda que no deja de sangrar. Dos hombres, una mujer y un niño gritan
horrorizados cuando la negra sombra le arranca la cabeza a un cuerpo casi
desmembrado.
—¡Por favor! ¡Bájenme! —suplica la chica pero es ignorada por sus
verdugos que contemplan el suceso.
El espectro, para terminar con lo que queda del hombre, corta el cuerpo
en pedazos y los arroja al azar. Algunos de los miembros mutilados fueron a
estrellarse contra mis pies. Los trozos de carne —manos, pies, rodillas, huesos
y vísceras— me producen tanto asco que trato de contener las ganas de vomitar,
pero es inútil. Aunque mi estómago está vacío, no puedo evitarlo.
Una vez que el monstruo termina con el primero, pone su atención en los
humanos restantes que intentan huir. Uno de ellos —el tipo del látigo— se
dispone a defenderse pero el espectro se abalanza sobre él. Al tenerlo sometido
contra el suelo, le arranca brazos y piernas como si el hombre estuviera hecho
de plastilina. Todos escuchamos los gritos de dolor y la oscura criatura se detiene
a contemplar su obra. Parece que no encuentra algo inusual y procede a arañarle
la espalda con las filosas garras. Los cortes son tan profundos que hay mucha
sangre a su alrededor. El monstruo le arranca el corazón para hacerlo callar.
Sostiene el órgano entre sus poderosas manos y se lo lleva a la boca para
tragarlo. Una vez finalizado el banquete, termina destazando al cadáver y lo
arroja en distintas direcciones.
La mujer, el niño y el hombre corren hacia un mismo lugar para alejarse.
El monstruo los alcanza fácilmente y toma entre sus garras al niño. Ninguno de
los adultos vuelve para rescatarlo. No puedo evitar escuchar los agudos y
potentes gritos del pequeño y, sabiendo cuál será su destino, desvío mi
atención hacia la muchacha que continúa colgada sobre la grúa: ella está
inconsciente.
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