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4. Sol del noroeste



Sigo caminando y espero ver a Leonardo antes de que anochezca. He tratado de seguirlo pero no lo encuentro en ninguna parte. Aunque el escenario se vea amigable, estas calles provocan desconfianza: ninguna casa muestra signos de violencia, el silencio es perturbador y es como si aquí no pasara nada anormal.
         Menos mal que ya no sangras. Comenta la voz. ¿Dónde se habrá metido aquel mocoso? Dijo que su madre…
—¡Ah! ¡No! ¡Por favor! ¡No!—suplica una joven—. ¡No! ¡No! ¡Ahhh!
Corro a resguardarme en la primera entrada que veo e intento no entrar en pánico al escuchar los gritos de la desafortunada mujer y los chasquidos del látigo que van cortando su piel. La alarma es encendida una vez más. A unas calles de donde me encuentro está el peligro.
Es él.
—No puede… —sollozo cuando las lágrimas se derraman sobre las mejillas y me tapo los oídos con las manos—. ¡No puede ser!
El recuerdo de lo que sucedió cuando me enganchó al brazo de la grúa llega a mi cabeza.
¿Qué le… hará? Alcanzo a escuchar que pregunta la voz.
—Látigo… matar —logro contestar mientras me derrumbo en la entrada y los gritos de dolor continúan llegando a mis oídos entre cada pitido.
Es mejor que intentes entrar a refugiarte. Sugiere la voz en tono amable. No creo que puedas hacer nada por ella y… ¿Qué es eso?
Siento un aire helado pegado a mi hombro izquierdo y giro la cabeza lentamente. Algo se está inclinando sobre mí. Es mucha la tensión que siento: no puedo moverme ni puedo respirar.
Es como una sombra larga. Un espectro gigante. No estoy segura de lo que es. Es como una especie de... humano. Muy alto. Muy grande.
Algo negro que me está mirando a los ojos y se acerca a mi rostro. No puedo encontrarle la forma a su figura.
Estamos frente a frente para examinarnos y ambos nos quedamos inmóviles. Solo nos miramos. Tiene los ojos muy profundos. Me parece que puede ver lo que estoy pensando.
Solo me mira con sus ojos negros. Casi puedo respirar su gélido aliento cuando se acerca más. Me examina a fondo y parece que busca algo. ¿Qué podría ser?
No puedo hacer nada. Quiero moverme. Quiero respirar. Me parece que este momento dura una eternidad.
Cierro los ojos para parpadear y cuando los abro, la cosa se ha ido. Ya no siento el frío aire sobre mí. El ruido de la alarma y los gritos de la mujer siguen atormentando el ambiente. Comienzo a hiperventilar.
¿Qué era eso? ¿Qué rayos era esa cosa? Escucho a la voz, pero no le respondo. Parecía humano. Era una sombra. ¡No! Un espectro… un ser de otro mundo...
De pronto, escucho que el chasquido del látigo resuena cuando la alarma se apaga y los alaridos de la joven cambian de tono.
—¡Ese monstruo! —digo con preocupación y me pongo de pie—. ¡Va a matarla!
¿Cuál de los dos? Pregunta la voz con sarcasmo.
—¡El sádico! —le respondo mientras echo a correr—. Ella es inocente. Es a mí a quien busca.
Dos por el precio de una…
Ignoro la burla. Me dispongo a salvar a esa mujer.
Avanzo por las pocas calles que me faltan y noto que los gritos han cambiado: varias personas gritan a la vez. El espectro negro está aquí.