Después de asomarse por la
ventana, ella atravesó la estancia y salió corriendo hacia la calle. Escuché un
disparo y fue entonces cuando me levanté para ver qué era lo que estaba
sucediendo. Yo también salí de la casa y vi a mi compañera tirada sobre el
pavimento. Una gigantesca criatura con forma humana lanzó un triste aullido
cuando se dio cuenta de que mi amiga estaba muriendo. Partió en dos a un
soldado (creo que fue él quien disparó) y no pude evitar gritar cuando la
criatura corrió hacia la moribunda, la sostuvo entre sus brazos, abrió la boca
y comenzó a morderle la cabeza.
Quise
salir corriendo pero el miedo me lo impidió. Me quedé para observar la escena:
la criatura continuaba masticando la cabeza. Sus movimientos eran
lentos y parecía que estaba saboreando. El monstruo levantó la
mirada, me observó por un momento y apartó su boca para liberar a la sangrienta
cabeza.
—Vivirá
—susurró él con lentitud mientras dejaba caer el cuerpo sobre el asfalto.
Lo que
sucedió después fue aterrador: mi amiga se retorció, apoyó las manos en el
suelo e intentaba levantarse. Su deforme cabeza rodó sobre el suelo y aún así
su cuerpo no dejaba de moverse. Se levantó y fue horrible verla caminar sin
cabeza.
La
criatura semihumana estiró su enorme brazo para detenerla
y con una garra le arrancó la ropa. La piel desnuda tenía un tono rojizo, pero
lo que llamó mi atención fue el hombro derecho: tenía una horrible herida. El
monstruo la sostuvo en brazos y comenzó a lamerle el hombro. De inmediato, el
cuerpo decapitado empezó a convulsionarse con violencia y a tornarse aún más
rojo y, cuando creí que esto no iba a empeorar, una especie de líquido brotó
del cuello y de la herida del hombro para derramarse sobre al suelo. El primer
monstruo no parecía sorprendido de lo ocurrido; yo, por el contrario, sentía
que iba a desmayarme.
No entendí por qué el cuerpo de mi amiga se convirtió en una sombra carmesí con dos cabezas.