No estoy segura
de cuántos días con exactitud hemos estado aquí.
Nos encontramos dentro de la casa en cuya entrada vi al monstruo por
primera vez. Parece que los dueños olvidaron cerrar la puerta cuando escaparon.
El bombardeo no llegó hasta esta zona.
Su nombre es Tania y traerla hasta aquí me tomó mucho tiempo. Ya casi nos
tragaba la oscuridad cuando logré que entráramos a refugiarnos. La deposité en
el sillón más cercano y tuve suerte de encontrar una lámpara con baterías, la
despensa llena de comida y el botiquín de primeros auxilios. Me aseguré de
desinfectarle las heridas y vendarle muy bien el torso. Le comenzó a subir la
temperatura y gritó de dolor… En conclusión, esa fue una noche tormentosa y la
voz no dejaba de molestarme con sus sutiles comentarios.
Me había olvidado de mis propias heridas: la de la frente cicatrizó al
poco tiempo, pero el rasguño de mi hombro se empezó a tornar de color rojo.
Al amanecer del día siguiente, Tania recobró el conocimiento. Creo que ya
nos hicimos amigas…
—Después de que te desmayaste, el monstruo hizo lo mismo con el niño —le
comento mientras parto a la mitad el pan y le ofrezco un trozo—. Esa cosa les traía ganas. Supongo que los acompañantes terminaron igual.
—Espero que así sea —responde ella cuando toma su mitad—. Fui muy
estúpida…
Tania me contó que fue capturada por haber seguido a un niño pequeño —él
decía que su madre necesitaba ayuda— y una vez que la víctima caía en la
trampa, era llevada hasta los verdugos.
El pequeño Leonardo era quien iniciaba el sangriento suceso. Tania fue
brutalmente golpeada, le arrancaron parte del cabello, le cortaron los pezones,
fue violada y, como tormento final, la colgaron por los tobillos para ser
azotada por el látigo hasta la muerte.
—Te aseguro que cualquier persona hubiese caído —digo para consolarla.
¡Tú, no! Se burla cruelmente la voz.
—¿Tú lo crees? —me pregunta Tania y las lágrimas se derraman sobre sus
mejillas—. Fue horrible. Pensé que ese monstruo terminaría conmigo. Tengo
suerte —añade con un suspiro profundo.
Yo preferiría la muerte. Comenta la voz: ¡Pobre mujer! Creo que ha perdido
un tornillo. Ignoro a la
molesta vocecilla.
Puedo imaginar lo que Tania debe estar sintiendo aunque yo solo fui
enganchada a la grúa: mi verdugo estaba muy ebrio y muy cansado como para
terminar el trabajo. Él ya había matado a muchas mujeres y me dejó para el
final. Logré escapar. Supongo que para Tania es un tema delicado y no quiero
hacerle recordar ese terrible episodio. ¿Qué habrá sido del oscuro ser? Le debo
una…
—Será mejor que descanses —sugiero en tono amable—. Necesito
que tus heridas sanen. Tenemos que sobrevivir.
—Pero ¿y si el monstruo nos encuentra?
Tania será el almuerzo y tú, la merienda. Se burla nuevamente la voz.
Había pensado en el extraño comportamiento del espectro: me tuvo a su
merced en dos ocasiones y Tania afirma que a ella solo la miró a los ojos.
Esta vez no le respondo.
—Algunas veces, cuando digo algo, tu expresión cambia rápidamente —me
comenta. Creo que ha pasado una semana desde que nos encontramos con el
monstruo. ¿En dónde estará él?— ¿Te molesta lo que digo?
Si.
—No —contesto de inmediato.
No le mientas. Me susurra la voz: Es
malo mentir.
—No quisiera ser una carga para ti. Ya pronto estaré bien y podremos
irnos.
—¡No digas tonterías! —trato de no molestarme con Tania pero esa voz me
fastidia y el hombro me arde intensamente.
De pronto, un fuerte golpe en la ventana nos hace saltar mientras una
masa de carne va dejando un rastro de color rojo sobre el cristal. Sin pensarlo
dos veces, me asomo por la ventana para ver lo que ocurre. Hay dos soldados
apuntando con armas de fuego a un ser con forma humana: es alto, musculoso y
tiene afiladas garras pero es de carne y hueso. En su rostro reconozco al
oscuro espectro.
¡Detenlos! Grita la voz.
Atravieso la sala y corro hasta salir de la casa. La calle está llena de
sangre y el soldado que queda en pie dispara. Lo siento cuando la bala perfora
mi pecho. Caigo al suelo y alcanzo a ver al antiguo monstruo mirarme con sus
profundos ojos. Lanza un triste aullido y parte en dos al soldado. Escucho a
Tania gritar cuando la criatura me acuna en sus poderosos brazos. Me
mira con sus ojos color negro y respiro con dificultad su gélido aliento.
¡Duele! Escucho
una voz salir de sus labios y el monstruo abre su mandíbula. Sus poderosos
dientes me atraviesan el rostro cuando comienza a masticar mi cabeza. Sé que mi muerte
es inminente y me hundo en las tinieblas.