¡Es él! ¡Ya
viene! Grita la voz: ¡Escóndete!
Miro en todas direcciones y sé que ni en los autos podría ocultarme. La
destrucción de las calles no dará refugio a nadie.
—¡No! —exclamo con
decisión—. ¡Ya me cansé de huir!
No seas estúpida. Insiste: ¡Corre!
La brisa, con el horrible aroma, acaricia mi rostro. Mi ojo izquierdo
comienza a arder a causa de la sangre que fluye de nuevo desde mi frente. Miro
en la dirección del sonido y la calle sigue desierta. De pronto, una silueta
aparece en la esquina más cercana.
¡Defiéndete, tonta! Ordena.
Instintivamente, levanto una piedra del montón y me dispongo a
arrojársela. Preparo el lanzamiento. No creo que pueda darle. Me arden los ojos.
—¡No me hagas daño! ¡Por favor! —ruega
una voz desde la esquina.
Sin hacer caso a la suplica, le arrojo la piedra lo más fuerte que puedo.
Esta se estrella, pero no en mi objetivo.
—¡No! ¡Por favor! ¡No me lastimes! —pide
de nuevo.
Me dispongo a arrojar otra piedra cuando veo que la criatura sale a la
luz y se empieza a acercar lentamente mostrándome sus manos.
¡Es un niño! Exclama la voz. ¿Qué
hace aquí?
Es un niño pequeño que tendrá aproximadamente seis o siete años de edad.
Es moreno, delgado y de cabello negro.
—¡No me lastimes! —repite nuevamente al intentar acercarse. Pone las
manos en su pecho y trata de sacudirse el polvo. Parece muy asustado.
Comienzo a sentir pena por él y dejo que la piedra se resbale de mi mano.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto en tono amable mientras limpio mi cara.
El niño se para frente a mí y no puedo evitar mirar sus enormes ojos
suplicantes.
—Necesito ayuda. ¡Mi madre está atrapada…! —solloza tristemente—. Nuestra
casa… ella quedó atrapada. ¡Por favor! ¡Ayúdame! —pide y las lágrimas comienzan
a caer por sus mejillas.
—¿Qué tan lejos está tu casa? —pregunté al mismo tiempo que la voz empezó
a gritarme: ¡No! ¡Déjalo
aquí! ¡Es su problema! Hace
días que todos se fueron. ¿Qué hace él aquí? ¡No!
—Está hacia allá —dice el pequeño cuando señala hacia el norte.
—¿Qué hacían aquí ustedes dos? —le pregunto—. Todos fueron a refugiarse
hace días.
—Mi mamá quedó atrapada. Te vi correr... ¡por favor! ¡Vamos…! —me toma de
la mano y me obliga a caminar con él.
¡No! Repite furiosa la voz: ¡Es
su problema!
—Vamos —le respondo un poco tarde al chiquillo—. ¿Cómo fue que tu
madre…?
—Me llamo Leonardo —interrumpe mi pregunta—. Corramos. Ella estará
preocupada por mí.
Sin soltarme, me obliga a correr tras él.
Y aquí vas. Empieza la voz: Ayudando
al necesitado cuando…
—Cállate —digo en un susurro.
Leonardo me aprieta fuerte y corre cada vez más rápido. Voy poniendo
atención al camino, pero voy notando que con cada nueva calle que dejamos
atrás, los edificios ya no se encuentran tan deteriorados.
—¡Espera! —le pido sin aliento—. Ahí hay algunas varas de metal.
Necesitaremos…
—¡No! ¡Está atrapada! —expresa con urgencia y no permite detenerme.
—Eso podría ayudarnos a sacarla —alcanzo a decir cuando lo obligo a
detenerse.
—¡No! ¡Vámonos! —grita furioso y empieza a jalarme con violencia.
A pesar de ser pequeño, tiene suficiente fuerza como para lastimarme con
sus jaloneos.
—¡Qué te esperes! —ordeno a regañadientes.
Así son de malagradecidos. Susurra la voz en mi oído: ¡Ponle su estate quieto!
Ignoro el comentario y logro zafarme de las pequeñas manos de Leonardo.
—Sé que tienes mucha prisa, pero al menos… —digo cuando recojo una
varilla del suelo—, déjame llevar…
—¡No! —grita nuevamente—. ¡No dejaré que lleves eso!
Trata de arrebatármela y al no lograrlo, me patea la pierna cuando no
suelto la varilla.
—¡Ah! —me quejo por su agresión y yo le lanzo una patada al estómago.
Leonardo cae hacia atrás de sentón y se levanta torpemente mientras se
soba mi golpe.
—Te arrepentirás —amenaza entre dientes y se pone de pie—. ¡Pagarás por
esto! —y se aleja corriendo hacia el norte.
Te dije que lo dejaras ahí. Me recuerda entre risas la voz: Es
muy extraño que un niño ande paseando por aquí. ¿No te parece?
Coincido con ella y me decido a seguirlo. Él no debe darse cuenta.