Visitas

3. Sol del norte


¡Es él! ¡Ya viene! Grita la voz: ¡Escóndete!
Miro en todas direcciones y sé que ni en los autos podría ocultarme. La destrucción de las calles no dará refugio a nadie.
—¡No! —exclamo con decisión—. ¡Ya me cansé de huir!
No seas estúpida. Insiste: ¡Corre!
La brisa, con el horrible aroma, acaricia mi rostro. Mi ojo izquierdo comienza a arder a causa de la sangre que fluye de nuevo desde mi frente. Miro en la dirección del sonido y la calle sigue desierta. De pronto, una silueta aparece en la esquina más cercana.
¡Defiéndete, tonta! Ordena.
Instintivamente, levanto una piedra del montón y me dispongo a arrojársela. Preparo el lanzamiento. No creo que pueda darle. Me arden los ojos.
—¡No me hagas daño! ¡Por favor! —ruega una voz desde la esquina.
Sin hacer caso a la suplica, le arrojo la piedra lo más fuerte que puedo. Esta se estrella, pero no en mi objetivo.
—¡No! ¡Por favor! ¡No me lastimes! —pide de nuevo.
Me dispongo a arrojar otra piedra cuando veo que la criatura sale a la luz y se empieza a acercar lentamente mostrándome sus manos.
¡Es un niño! Exclama la voz. ¿Qué hace aquí?
Es un niño pequeño que tendrá aproximadamente seis o siete años de edad. Es moreno, delgado y de cabello negro.
—¡No me lastimes! —repite nuevamente al intentar acercarse. Pone las manos en su pecho y trata de sacudirse el polvo. Parece muy asustado.
Comienzo a sentir pena por él y dejo que la piedra se resbale de mi mano.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto en tono amable mientras limpio mi cara. El niño se para frente a mí y no puedo evitar mirar sus enormes ojos suplicantes.
—Necesito ayuda. ¡Mi madre está atrapada…! —solloza tristemente—. Nuestra casa… ella quedó atrapada. ¡Por favor! ¡Ayúdame! —pide y las lágrimas comienzan a caer por sus mejillas.
—¿Qué tan lejos está tu casa? —pregunté al mismo tiempo que la voz empezó a gritarme: ¡No! ¡Déjalo aquí! ¡Es su problema! Hace días que todos se fueron. ¿Qué hace él aquí? ¡No!
—Está hacia allá —dice el pequeño cuando señala hacia el norte.
—¿Qué hacían aquí ustedes dos? —le pregunto—. Todos fueron a refugiarse hace días.
—Mi mamá quedó atrapada. Te vi correr... ¡por favor! ¡Vamos…! —me toma de la mano y me obliga a caminar con él.
¡No! Repite furiosa la voz: ¡Es su problema!
—Vamos —le respondo un poco tarde al chiquillo—. ¿Cómo fue que tu madre…?
—Me llamo Leonardo —interrumpe mi pregunta—. Corramos. Ella estará preocupada por mí.
Sin soltarme, me obliga a correr tras él.
Y aquí vas. Empieza la voz: Ayudando al necesitado cuando…
—Cállate —digo en un susurro.
Leonardo me aprieta fuerte y corre cada vez más rápido. Voy poniendo atención al camino, pero voy notando que con cada nueva calle que dejamos atrás, los edificios ya no se encuentran tan deteriorados.
—¡Espera! —le pido sin aliento—. Ahí hay algunas varas de metal. Necesitaremos…
—¡No! ¡Está atrapada! —expresa con urgencia y no permite detenerme.
—Eso podría ayudarnos a sacarla —alcanzo a decir cuando lo obligo a detenerse.
—¡No! ¡Vámonos! —grita furioso y empieza a jalarme con violencia.
A pesar de ser pequeño, tiene suficiente fuerza como para lastimarme con sus jaloneos.
—¡Qué te esperes! —ordeno a regañadientes.
Así son de malagradecidos. Susurra la voz en mi oído: ¡Ponle su estate quieto!
Ignoro el comentario y logro zafarme de las pequeñas manos de Leonardo.
—Sé que tienes mucha prisa, pero al menos… —digo cuando recojo una varilla del suelo—, déjame llevar…
—¡No! —grita nuevamente—. ¡No dejaré que lleves eso!
Trata de arrebatármela y al no lograrlo, me patea la pierna cuando no suelto la varilla.
—¡Ah! —me quejo por su agresión y yo le lanzo una patada al estómago.
Leonardo cae hacia atrás de sentón y se levanta torpemente mientras se soba mi golpe.
—Te arrepentirás —amenaza entre dientes y se pone de pie—. ¡Pagarás por esto! —y se aleja corriendo hacia el norte.
Te dije que lo dejaras ahí. Me recuerda entre risas la voz: Es muy extraño que un niño ande paseando por aquí. ¿No te parece?
Coincido con ella y me decido a seguirlo. Él no debe darse cuenta.